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domingo, 21 de febrero de 2010

Haití, miseria, negritud y masagre en Mi compadre el general Sol de Jacques Stéphen Alexis

Miguel Ángel Fornerín

[No sé porque razón cuando miro la literatura haitiana, mis pensamientos remiten a la vida y la obra de Jacques Stéphen Alexis (Gonaïves 1922-1961). Autor de una obra breve, pero de significativo valor. Además de Mi compadre el general Sol, escribió En un abrir y cerrar de ojos,Los árboles músicos, El cancionero de las estrellas y una teoría sobre el realismo mágico.]


Como toda literatura caribeña, la haitiana tiende a expresar la lucha de sus ciudadanos por vivir una verdadera experiencia democrática. Esto se echa de ver en la novela Mi compadre el general Sol del escritor y luchador por la libertad en Haití Jacques Stephen Alexis. Médico de profesión y miembro del Partido Comunista de ese país, Alexis murió fusilado por las fuerzas que denunció en su obra.

Haití está allí retratado y también evocado desde sus ciudades, sus costumbres y sus sueños. En el mismo prólogo de la obra, Alexis se detiene con una mirada que será permanente en su novela: la naturaleza, el paisaje. Cada secuencia descriptiva nos va adentrando en el Haití real, pero también en el imaginado, el que se busca constantemente. Las secuencias narrativas: “La noche respiraba fuertemente. No había nadie en el patio”(7) o “Velos violáceo, anunciadores de la aurora, atravesaban el cielo de ébano”(ibid.), comienzan a conformar ese Haití amado y depredado en su propia ecología. La insistencia en el paisaje funciona como la floración de un sentido ausente que se evoca por oposición.

En ese mundo bucólico, a veces el hombre es un ser en lucha consigo mismo y en lucha contra la sociedad y la condición humana que lo oprimen: “Ese negro andaba casi desnudo, casi del todo desnudo. Un negro azul a fuerza de ser sombra, a fuerza de ser negro”(ibid.). Y eso porque ser negro en el Caribe es ser un poco eso, quedar desnudo de bienes, de los bienes que poseen los antiguos amos. Desnudos de vestidos, como quien representa en su existir la miseria que lo a compaña. Y ser sombra de hombre, de lo que pudiera ser. Los hombres negros son sombras, es decir, espectros. Y más en Haití, podríamos decir que son, muertos-vivos, zombis. Más allá está su negritud, su condición social de negro que ya se ha convertido en su condición humana, en la tragedia de su propia existencia.

La miseria es ese animal que lo persigue. El infortunio lo convierte en un no ser. Esto se puede leer esta secuencia narrativa: “Porque basta una nada para que un pobre desdichado se vuelva loco”(Ibid.). La condición humana y la racionalidad: la miseria produce la locura. La modernidad racional no llega a este condenado de la tierra: doblemente condenado por la sociedad y por el destino. Dice el narrador: “La miseria es una mujer loca. Conozco muy bien a esa perra, la he visto arrastrarse por las capitales, las ciudades, los suburbios de la mitad de la tierra.” Así el asunto se expende a todo el planeta. La miseria. El mundo que vive su propia miseria. ¿Necesita una redención?

El negro tiene también su negritud. Miseria y negritud. Espacios de pensamiento. Espacio místicos donde se pueden realizar los sueños. La carga del pasado africano. No es solamente el origen de la condición negra, sino que es un lastre, una carga. Dice el narrador prologuista: “El África que no deja en paz al negro, de cualquier país que sea, cualquiera que sea el lugar de donde viene o a donde va”. (8). Así la noche y la negritud se aúnan para mostrar la condición humana del negro su destino existencial y su lucha social.

El narrador plantea la comunión de la negritud y la noche. Los tambores cantan de noche y a la noche se le une la desesperación, las quejas, el tambor desgarrado, el misterio y el vudú. Religión que es una comunión con África, con el mítico espacio de procedencia. Así el contrapunto con Haití, lugar de regreso del sueño, lugar de llegada de África. Puerto Príncipe es la ciudad de los negros pobres, de los negros sucios, en la que “la noche sol[a] ruidosamente y las estrellas brillan con más claridad” (10), para mostrarnos esa soledad universal en la que se encuentra el negro, desnudo, sucio y mísero.

Entonces aparece Hilarión en la miseria y la enfermedad. Con esa dolencia que le ha dejado la modernidad en su propia existencia. Dice el narrador omnisciente: “El pecho le sonaba como un montón de hierros viejos” (ibid.). El espacio de su hábitat, desata el estilo poético. Las palabras son resaltadas con una serie de similitudes que tienden a unir lo humano con el espacio y la naturaleza: el mundo de abajo y el mundo de arriba, concatenados, reiterados en el símil y la cadencia; el peso de la vida en el cuerpo desvalido, el peso del hambre en la miseria.

Las peripecias de Hilarión nos ponen frente a una nueva edición de la picaresca: Hilarión busca comer. Lo material determina su existencia. La comida es el objetivo de la vida, pero la ética contiene, dignifica y encarcela. Así es claro el narrador: “Cuando se tiene muchas ganas de comer las sensaciones y la mente son la misma cosa. Una extraña alucinación lo acuna a uno, que le sacude el cuerpo y todo lo que contiene con una trepidación frenética” (11). Así el hombre en su lucha con la sociedad, también se plantea el asunto existencial. Y el resultado es un pesimismo desgarrador: “No hay ayer, no hay mañana, no hay esperanza, no hay luz, sólo existe el cuerpo y en él se retuerce todo”(ibid.).

Hilarión es un hombre frente al destino. Busca comer. Está fatigado como los cargadores de fardo en el puerto. Su cuerpo flaquea y la comida determina su vida. ¿Y la moral? Esa es la de los amos; los que tienen todo. Él quiere comer. “Hay un hombre afuera”, dice el narrador y ese hombre busca la comida. La ausencia de comida lo convierte en un animal, así como la miseria lo destina a la locura. Y allá está la ciudad, la noche que lo acompaña. La hermosa ciudad de Puerto Príncipe que es un puerto de crímenes y por las noches “es una hermosa muchacha cubierta de joyas eléctricas, de flores de fuego que arden…”(13).

La ciudad está ahí definida. La ciudad de burdeles y prostitutas dominicanas; la ciudad de la música caribeña: chacha-chá, merengue, jazz y su noche negra. Mientras Hilarión surge corriendo en busca de la pitanza. El hambre lo define. Ahí están los infantes de marina. La urbe ocupada. Imperio y miseria, prostitución dominicana, los chulos, el presidente títere, allí está el mundo de los desdichados y el de los ricos. Como en el barroco, lo de arriba y lo de abajo. Busca que comer. La noche ahora es pálida y antes era negra, luego gris. Luego ya casi vencida. La noche es un personaje espectral, los murciélagos persiguen a la aurora. Hilarión tiene hambre. Estará semiinconsciente. El robo, la cárcel y la enfermedad. Y la noche, “afuera…yacía muerta a ras del suelo”…Hilarión en el inconsciente encuentra la culebra que se muerte la cola. Como un tiempo repetitivo que volverá a su eterno retorno.

Jacques Estephen Alexis realizó un relato transversal entre el realismo socialista y el existencialismo de su época. En ese sentido su novela es vanguardista y pone en ejecución la doble situación que planteaba Lukács al analizar el género. Pues su obra es el relato de un mundo sin dioses. De ahí la angustia que causa en los personajes la soledad divina en la que viven. Y además, es un relato en la que los personajes luchan por su condición social. Hilarión es un héroe que está cruzado entre su destino existencial y su lucha por una nueva sociedad. Alexis plantea un relato socialista en la medida en que su héroe va creciendo de una picaresca a un mundo del trabajo. Gracias a su contacto con un dirigente comunista en la cárcel saldrá recomendado para trabajar. Su empleo le permite casarse con Claire-Heureuse, con quien forma un modesto hogar. El médico comunista Jean Michel le ayuda a mitiga su enfermedad. Así Hilarión es un héroe en crecimiento y su mente va cambiando en la medida en que entiende el origen de su situación. El mundo letrado llega a él. Pero el desarrollo económico de Haití no le va a permitir crecer como todo un héroe del realismo socialista. No existen las estructura sociales y productivas que le fuercen a conformarse como un dirigente obrero-fabril, ese aspecto quedará, luego, perfilado con su otra vida más allá de la frontera.

Hilarión es el rostro de Haití, su alegoría, pero es también el semblante de los pobre del mundo. De los condenados de la tierra. De un Haití invadido por las tropas estadounidenses; un país dividido entre los negros y los mulatos. La negritud excluye la mulatez, en el sentido social. El discurso negrista excluye socialmente al mulato. Aquí se representa así: dice Jean-Louis: “hay que acabar con los mulatos, esa gente nos quita todos los puestos de delante las narices… Y nosotros los negros nos morimos de hambre” (35). De esta forma “esa gente” y ese “nosotros” implican este adentro y ese afuera. La lucha social es también racial. Esto era más si los mulatos eran los que simpatizaban con los norteamericanos. Era el grupo pesimista, el reaccionario que pensaba que “sólo los norteamericanos podrían salvar al país”(40).

La negritud es divisa y búsqueda del origen, pero solo se logra con la identidad cultural y la conciencia de ser negro. La negritud se logra luego de meditar sobre el sufrimiento. Esto se puede apreciar en estas líneas del narrador: “Un negro sólo sabe de él después de haber sufrido mucho, después de haber tenido bastante motivos de sufrimiento” (47). El desconsuelo es también parte del origen, el negro debía saberse hijo del infortunio, la desesperanza y la miseria (48). También entre los negros había su diferenciación, sus tipos. Como Bouqui y Malice, existía el negro listo, el audaz y el negro del miedo. Ese miedo iría a cambiar con el proceso de concienciación. Hilarión se encuentra con el comunista Roumel. En este personaje podremos encontrar el proyecto de la modernidad, en proyecto e las Luces. Asunto interesante, pues en lugar de luchar por los postulados del socialismo, un comunista haitiano tenía que luchar por el proyecto de la modernidad que buscaba garantizar una ciudadanía, de leyes y nueva república y de derecho al trabajo. A eso había que agregar el plan descolonizador: sacar de Haití a los estadounidenses… (Fragmento del ensayo homónimo que aparecerá en Las palabras sublevadas, Imago Mundi, 2010). Alexis, Jacques Stéphen. Mi compadre el general Sol. Santo Domingo: Editora Taller, quinta edición, 1981. Del original Compère Général Soleil. Paris: Gallimard, 1955; véase también la reimpresión en la colección Imaginaire/ Gallimard, 2003.

2 comentarios:

Jose Ramon Santana Vazquez dijo...

...traigo
sangre
de
la
tarde
herida
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...


desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ


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CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...


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ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE CABALLO, LA CONQUISTA DE AMERICA CRISOL Y EL DE CREPUSCULO.

José
ramón...

David TTT dijo...

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