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sábado, 23 de enero de 2010

Miguel Angel Fornerin Entrevista a Giovanni Di Pietro

Giovanni Di Pietro: “Si tengo que darle duro a algo, le doy duro”

Una señora, cuentista y ahora novelista, me llama “sapo” y “culebra”. Yo, como sabes, soy el “italiano malo”, y eso porque me permito el lujo de estar en desacuerdo con ellos.

Miguel Ángel Fornerín / Media Isla

[Por primera vez, Giovanni Di Pietro habla extensamente sobre sus aproximaciones críticas a la literatura y la cultura dominicanas. El que ha sido sindicado como un ”enemigo” de los narradores dominicanos, “el crítico insomne,” el italiano obsesionado por los descubrimientos, contesta las preguntas de otro crítico sobre su método y las repercusiones que han tenido sus ensayos en la República Dominicana. Una síntesis de los objetivos y peripecias de más de veinte años de una de las voces más polémicas de la crítica nacional.]

1. Hablemos de tu último libro, sé que lo has dedicado a los jóvenes escritores dominicanos, ¿crees que hay un nuevo horizonte en la literatura dominicana más cercana?

Entre los nuevos trata de concentrarse en algunas de las publicaciones más recientes, especialmente en la novela, el cuento y la poesía. Cuando digo más recientes, quiero decir que estos son ensayos que cubren el período de mi actividad crítica de 1995 a 2009. Aparecen nombres de escritores tradicionales, como Marcio Veloz Maggiolo, pero también de las nuevas generaciones, como Avelino Stanley, Sención y Andujar. Tratan de los escritores de la diáspora, en parte, y también de algunos que, como residentes en Santo Domingo, podemos considerar bastante “aplatanados” como para considerarlos ya escritores dominicanos, como Luis Beiro Álvarez y José Valle-Parreño.

Si hay un nuevo horizonte en la literatura dominicana, yo en verdad no lo veo o no logro ver que sea algo de mucha trascendencia. En la novelística, por ejemplo, ¿cuál es la novela de más calibre que conocemos en los últimos tiempos? Bienvenida y la noche, de Manuel Rueda. El único novelista que está haciendo un trabajo relevante con relación al ambiente de descalabro que se registra en el país es Roberto Marcallé Abreu, el cual empezó a publicar a principios de los años ochenta. Los demás, tanto en la novelística como en la cuentística y hasta la poesía, entiendo yo, se olvidó de su país y se la pasa jugando lo que llamo el “juego del avestruz”, o sea, esconden la cabeza en la arena, en vez de enfrentarse seriamente a los retos actuales.

2. ¿Piensas que hay una nueva manera de ver la realidad dominicana?

Desgraciadamente, la nueva manera de ver la realidad dominicana se conjuga con la lamentable norte americanización de la realidad prácticamente en todo el mundo, como resultado de las supuestas ventajas del modelo neoliberal, el cual, si no se impone a sangre y fuego a través de guerras, de la miseria y del hambre, se impone como quiera a través de la pseudo cultura que ese estilo de vida representa. A la Vieja Belén, por ejemplo, se le sustituye el símbolo consumista de Santa Cló. En los hogares dominicanos, ya se celebra el Día de Acción de Gracias. Dime tú, ¿qué tuvieron que ver los Pilgrims con el comienzo de la nación dominicana?

La verdaderamente nueva vertiente del cambio que se ha dado en el país, tiene que ver con la rápida urbanización que se registra. El campesino emigró a la ciudad y, de ahí, a los países, a Europa; especialmente las mujeres. Cuando Leonel dijo que iba a hacer de Santo Domingo una pequeña Nueva York, no estaba bromeando. Lo ha logrado, con todo el desplazamiento de valores y costumbres que esto significa. La inaudita violencia que forma parte de la vida diaria de los dominicanos ahora, algo nunca antes conocido, es el resultado de ese mismo desplazamiento.

3. Y la representación a través del medio lingüístico, ¿existe una escritura que trascienda la mera representación social?

Hay jóvenes escritores que han tratado o están tratando de trascender la representación social. Pero esto lo hacen de una forma errónea, desplazándose en sus escritos a lugares geográficamente lejanos o imaginarios. A veces interesándose en ciertas costumbres, la prostitución, por ejemplo, que es un interés tradicional, o el ambiente rapero o de pandillas, que es actual. Pero esto se hace como puro colorido estético; no se hace con la profunda intención de investigar las causas de estas cosas, que es la miseria y la injusticia. Por eso, para mí, es algo falso, poco importa que se haga de una manera literariamente depurada.

Sostengo que, hasta que no se resuelven los problemas básicos de la sociedad (miseria, exclusión, violencia, falta de oportunidad, etc.), no es posible para el escritor dominicano de verdad trascender la representación social. Tampoco es cosa acertada hacerlo. Lo que procede es elevar lo particular o regional a lo universal, pues es sólo este procedimiento lo que hace posible la gran literatura.

4. ¿Qué planteamientos de ruptura encuentras en las nuevas generaciones con relación a las anteriores?

Si nos llevamos de lo que digo acerca del “juego del avestruz”, yo no encuentro ningún planteamiento. La sociedad dominicana y el país tienen muchos serios problemas, entonces, ¿dónde están las obras que los denuncian y que ofrecer soluciones o por lo menos una esperanza? No las hay. Aquí hay gente que quiere ser candidato al premio Nobel, sin ni siquiera haber escrito una sola obra que valga la pena.

La verdadera ruptura llega cuando hay una generación de escritores que tiene fe en el devenir histórico de su propia nación, no cuando lo único que se hace es imitar y atascar la cabeza en la arena. O sea, las nuevas generaciones tienen un gran reto por delante. Hasta la fecha, no veo que lo hayan aceptado o siquiera sospechan.

Entiendas, ésta es mi manera de ver las cosas. Puedo muy bien estar equivocado. Pero yo lo sostengo porque me duele, y de ningún modo por pura polémica.

5. ¿Es la literatura actual una escritura que dialoga con las demás literaturas en español?

Yo he estudiado esencialmente la literatura dominicana y, dentro de ésta, en particular su novelística. Conozco muy poco la literatura latino americana. Por eso, no puedo hacer comparaciones. Tradicionalmente, la literatura dominicana dialogaba con la española y en gran medida con la francesa, pues muchos estudiaban en Europa. Siempre hubo una marcada relación con las demás literaturas con el centro y sur de este continente. De los años ochenta en adelante, a causa del fenómeno de la emigración, el polo se desplazó, como en todas las cosas, hacia el norte, o sea, los Estados Unidos. Es por eso que aparecen las figuras de Julia Álvarez, Junot Díaz y otras. ¿Qué significa esto desde el punto de vista de la literatura nacional? No lo sé con exactitud. Julia y Junot, en fin de cuentas, son escritores norte americanos de origen dominicana; no son, como se pretende, escritores dominicanos. Escriben en otro idioma y dentro de la tradición de ese país. El único que trascendió un poco en ese tipo de diálogo fue Sención, pero nunca logró gran cosa, y eso esencialmente porque dejó que se le estrumentalizara ideológicamente. O sea, aparte los fáciles cuestionamientos del régimen y la figura de Balaguer, nunca tuvo nada que ofrecer como alternativa.

6. La poética de los escritores del setenta ha llegado ya a su culminación o ¿sigue siendo dominante hoy día?

Yo tampoco me he interesado en el discurso que siempre se da en todas las literaturas, cuando se las divide en períodos o generaciones. A mí me interesa la obra en sí, punto. Desde la perspectiva de su análisis, trato de entender la sociedad que le dio nacimiento. Al final, qué significa “poética” de los escritores de los setenta o ochenta o noventa? Es un discurso bastante relativo. Si con eso de la poética ligada a los años setenta quieres decir el proyecto intelectual de una sociedad más inclusiva y más justa, proyecto que sale de la experiencia de la eliminación del trujillismo, el Gobierno de Juan Bosch y su derrocamiento a los seis meses, la Revolución de abril, entonces te diría que eso todavía sigue latente dentro de las nuevas generaciones no porque sea un proyecto exclusivo de los setenta, sino porque es un asunto que se remonta al proyecto de los mismos padres de la patria. El país con que ellos, por lo menos en su ideario, soñaron, todavía no existe. Nadie sabe si existirá.

Con relación a la literatura en sí, la generación que salió de esos eventos históricos tuvo un proyecto político, sin duda, y lo articuló en la idea de crear una literatura que lo reflejara. Pero eso era también lo que estaba en el aire, por eso del concepto de la “littérature engagé” impulsado por Sartre. En ese sentido, aunque sus obras no descollaran mucho, principalmente por perderse en diatribas de carácter ideológico, el resultado de lo cual fue una retórica izquierdoide que no contribuyó a nada positivo, hay que admitir que esa idea es preferible a lo ocurrido en los años ochenta, en los cuales el único proyecto que se enarboló fue el del “yo, yo por encima de todos y de todo.” Algo simplemente bochornoso, tienes que admitir.

7. En Intervenciones críticas dedicas varios ensayos a la problemática entre haitianos y dominicanos, crees que los discursos sobre este tema deben seguir dominando la discusión de la dominicanidad?

A mí me parece que tampoco hay que hacer el avestruz con relación a lo que ocurre en las relaciones entre la República Dominicana y Haití. Hace veinte años, en Canadá, oí una discusión entre mis colegas en la universidad donde impartía clases. Trataba de ese mismo problema. Pues, bien, yo noté que ellos se sabían al dedillo todos los pormenores de la historia de Haití, pero no sabían nada acerca de la historia dominicana. ¿Por qué? Simplemente porque, desde la caída de Trujillo en adelante, a ningún gobierno dominicano se le había ocurrido presentar el caso dominicano internacionalmente. En efecto, al visitar la sección dominicana en las bibliotecas universitarias canadienses, los libros sobre el país que se encontraban terminaban con la misma dictadura. O sea, que lo que resulta del discurso sobre lo haitiano y la dominicanidad, es esencialmente un producto de la ignorancia de los hechos históricos.

Tradicionalmente, todas las naciones han elaborado un concepto de identidad en oposición a otra nación supuestamente enemiga. Todas las naciones centro y suramericanas definieron su identidad en oposición al Imperio español. Haití definió su propia identidad en oposición a Francia. Entonces, tradicionalmente la República Dominicana define su identidad en oposición a Haití, el país invasor. Si este proceso identitario es válido para los otros países, y en particular para Haití, ¿por qué no puede serlo también para la República Dominicana?

Todo el “cuco” del racismo dominicano, de Trujillo y la matanza del 37 y cosas así, se debe, entiendo yo, primero a la falta de conocimiento de la realidad actual e histórica que se da en el exterior, y, segundo, a un sentimiento importado de los Estados Unidos y otras naciones, a través de sus poderosas ongs que, sinceramente o hipócritamente preocupadas por la suerte del pueblo haitiano, han elaborado una imagen racista de los dominicanos que no se corresponde a la verdad. Puede, sin duda haber y lo hay un elemento racista en las relaciones entre República Dominicana y Haití, pero lo hay también y en mayor medida entre las relaciones entre Estados Unidos, Francia, Canadá y otros países desarrollados y ese desdichado país caribeño. A los haitianos les está vetado emigrar a esas naciones, entonces, ¿dónde diablos crees que ellos pueden emigrar con mucha facilidad? Al país vecino. Optan por una miseria relativa, simplemente porque se le niega entrar al paraíso neoliberal que, curiosamente, dice estar preocupado por su triste suerte.

El problema, para mí, es que los dominicanos han terminado por interiorizar este concepto y muchas veces se creen racistas aunque no lo sean. Se sienten culpables de todas las desgracias del vecino país, y eso es injusto. Más haitianos viven en la República Dominicana que en todos los demás países juntos. Solamente esto debería hacernos reflexionar acerca del supuesto racismo dominicano.

8. En Quince ensayos de novelística dominicana, has dedicado tu atención a los escritores que han sido prácticamente olvidados por el canon, ¿crees que existe una novelística dominicana desconocida de apreciable valor? Y ¿qué ha ocurrido que todavía aparezca como desconocida para la mayoría de los dominicanos?

Los escritores dominicanos contemporáneos, por eso de estar a la moda, no se han preocupado mucho por indagar su propia tradición literaria. Ya que lo que hacen es muchas veces algo imitativo de lo que viene de afuera, mucho de lo que publican es de carácter mediocre. Por eso, al encontrarse por primera vez con la literatura dominicana, uno recibe una impresión bastante negativa. No se percata que, muy por el contrario, existen cosas en la literatura dominicana que exhiben una calidad muy alta, que están a la par con lo que se ha dado en otros países.

Es lo que ocurre en la novelística, el campo que más conozco. Hay obras de gran valor, y no me refiero exactamente al Enriquillo, de Galván. Las llamadas “novelas bíblicas”, por ejemplo, son obras de alta calidad. La mañosa, de Bosch, puede considerarse como una novela de alcance universal. Caonex, una obra que refleja la ideología de la dictadura, por ejemplo, tiene una altura estética considerable. Bienvenida y la noche, de Rueda, es algo a considerar. Toda la narrativa de Marcallé Abreu es encomiable y debería cruzar los límites de las fronteras del país. Los novelistas de la Era de Trujillo son superiores a muchos de los novelistas actuales. ¿Por qué? Simplemente, porque tenían una formación literaria sólida. Tenían un proyecto, tanto en pro como en contra de la dictadura. Los novelista de hoy tienen no sólo tienen una muy mala preparación, sino que tampoco un proyecto. Pero a esos novelistas del pasado ahora se les olvida por ser trujillistas o por inspirarse en el verbo social, como consecuencia de la influencia del marxismo. Lo que cuenta es lo inmediato y lo efímero, pues nos encontramos bajo el triunfo de la cultura light.

9. ¿Crees que existe una literatura de la diáspora dominicana?

Existe sí, y en dos vertientes: una en español, la cual está más relacionada con el país de origen, la República Dominicana; otra, esencialmente en inglés, con su centro en Nueva York. Este tipo de literatura siempre termina siendo una literatura híbrida, pues refleja dos realidades. Lo que quiere decir que la primera vertiente necesita legitimarse con relación a la metrópoli, y terminará considerándose parte de la literatura nacional, como obras escritas por escritores dominicanos residente en el exterior, pero la segunda, escrita en el idioma en que se desenvuelve el escritor, eventualmente terminará por ser asimilado a la literatura del país donde ese escritor vive. Decir que estos últimos son escritores dominicanos, no es correcto; ellos son escritores del país en que viven, pero de origen dominicano, que ya es otra cosa.

Esto no significa que no hay que reconocerles su importancia a estos escritores. Pero esa importancia no se encuentra dentro de la literatura nacional, a la cual no pertenecen, sino dentro de la literatura del país donde viven, a la cual sí pertenecen. Hay que festejar el Pulitzer de Junot Díaz porque se lo ganó un escritor de origen dominicano, no porque se le otorgó a un escritor dominicano, lo que él, estrictamente hablando, no es.

Pero, bueno, este es un asunto bastante complejo. Los críticos deberían estudiarlo más a fondo, para ver cuáles son sus ramificaciones.

10. ¿Cuál es la importancia de Julia Álvarez y Junot Díaz? ¿Es esa una expresión de la literatura dominicana?

A Julia Álvarez y a Junot Díaz hay que estudiarlos principalmente como expresiones de la tradición literaria norte americana. Ellos emigraron a los Estados Unidos a temprana edad y escriben en inglés. Sus modelos literarios son esencialmente nort americanos. Entonces, cualquier importancia que puedan tener hay que explorarla dentro de la literatura norte americana, no dentro de la dominicana. Ahora bien, si estuviesen escribiendo en español y dentro de la tradición del país, sería otro asunto completamente diferente, pues sería válido considerarlos escritores dominicanos pertenecientes a la categoría de aquellos que viven fuera del país.

¿Tienen importancia Julia y Junot dentro de la literatura norte americana? Supongo que sí, pues representan dos escritores que se destacaron dentro de la literatura étnica, lo que está de moda en el momento. Como el escritor dominicano, para ser considerado importante, tiene que trascender a lo exterior y codearse con los grandes del mundo; el escritor étnico norte americano, como Julia y Junot, tiene que trascender el reducido ámbito de la literatura étnica y afirmarse nacionalmente para ser considerado importante. Julia lo ha logrado mucho más que Junot, ya que tiene toda una obra desarrollada. ¿Junot qué ha hecho? Sólo un libro de cuentos y una primera novela. Que se le diera el Pulitzer, está bien. Pero ahora aparentemente los premios no se dan por una obra realizada, sino por una solamente proyectada, como hemos visto con el famoso Nobel de Obama. ¿O no es así?

11. Para ti, cuáles son los mejores diez escritores dominicanos de la actualidad?

Nunca es fácil contestar una pregunta como ésta. A veces no se trata tanto de escritores, como de obras. Así es dentro de la literatura dominicana. Entiendo que el país ha dado grandes poetas, y a un nivel universal. Piensa en Mieses Burgos, una joya de la poesía que no existe en la conciencia del país y menos aún fuera de ella. Después, podemos mencionar a Pedro Mir. A Manuel del Cabral. Ambos recibieron una proyección internacional. No hay que volver atrás a Salomé Ureña, necesariamente. Cuenta, el país, con un eminente cuentista en Juan Bosch. La novela histórica tiene el válido ejemplo de Enriquillo, con Galván. En la crítica, está el gigante Pedro Henríquez Ureña, excelso humanista, que en el país sólo se conoce esencialmente por su nombre, no por el magisterio de su obra.

Pero la pregunta es acerca de la actualidad, con lo cual entiendo esencialmente los años más recientes. Podemos mencionar a Andrés L. Mateo, por su narrativa y su crítica social. Es un buen candidato. También a Pedro Peix. Yo, personalmente, tengo una debilidad por la obra narrativa de Marcallé Abreu. Es el único novelista que, en toda su trayectoria, de los años ochenta hasta el momento, que ha tratado de enfrentarse sistemáticamente al descalabro de la sociedad dominicana, a los sueños truncos de este país. Esto, para mí, no es poca cosa, ya que sostengo e insisto que esa es la función primordial del escritor dentro de una sociedad. Si no hace eso, ¿de qué mierda sirve? Otros, sencillamente no se me ocurren. Tendría que pensarlo, y, si hay que pensarlo, eso significa que a lo mejor no los hay.

12. Ha tenido tu método crítico mucha resistencia de un sector de los intelectuales dominicanos, ¿a qué se debe esta actitud, según tu mejor parecer?

Me decía el amigo León David en una ocasión: “Giovanni, a ti te odian porque te entienden; a mí, porque nadie me entiende.” Para mí, es importante que mi lector entienda bien mi análisis y mi punto de vista. Yo no impongo ni el primero ni el segundo. Sólo lo reto a que trate de ver la obra desde esa perspectiva, y, si no está de acuerdo con mis resultados, que lo diga y lo prueba. Hasta la fecha, no muchos han dicho abiertamente que no están de acuerdo, y aún menos han ofrecido sus propias pruebas para refutar lo que sostengo. Yo quiero que el lector despierte. Y que despierte a mejor sensibilidad estética y social. Hasta política, si quiere. Ahora bien, ya que, como he dicho, muchos intelectuales están metidos en ese “juego del avestruz”, no se les puede pedir gran cosa ante una obra literaria. Aquí cada obra es una obra maestra, y cada escritor un Cervantes en ciernes. Se hace crítica por encargo y como resultado de amiguismo personal o hasta ideológico. Yo ese tipo de crítica no la hago. Si tengo que darle duro a algo, aunque sea de un amigo, le doy duro. Basta con ver mis monografías críticas para darse cuenta de ello. Yo he criticado a León David, a Diógenes Céspedes, a Andrés L. Mateo, a Manuel Matos Moquete, a Federico Henríquez Gratereaux, al mismo Marcallé Abreu, todos amigos míos, algunos hasta entrañables.

La gran resistencia viene siempre de personas que no quieren sacar su cabeza de la arena, pretenden que todo está bien en la República, de las letras y la otra, y, por consiguiente, no pasan a ese “italianito” que se metió en lo suyo. Un tipo, seguro un novelista, en una ocasión en que yo caminaba por el ensanche Piantini, me sacó la lengua desde su carro. Otro me considera el enemigo numero uno de las letras nacionales. Otro más dice que soy un desastre como escritor y crítico. Una señora, cuentista y ahora novelista, me llama “sapo” y “culebra”. Yo, como sabes, soy el “italiano malo”, y eso porque me permito el lujo de estar en desacuerdo con ellos. A los italianos que están de acuerdo, se les considera los “buenos”. ¿Qué le vamos a hacer?

Otra cosa más. Yo no me desenvuelvo solamente como crítico. También tengo una extensa obra poética publicada y dos novelas. Ahora bien, ¿cómo es que todos estos críticos míos no se han molestado siquiera en analizar esa obra creativa y acabar conmigo de la misma manera en que dicen que acabo con ellos? Los reto a que lo hagan.

13. ¿En qué consiste el método crítico de Di Pietro?

A mí me gusta entrar en una novela, mirar con una lupa a los protagonistas, lo que hacen, y determinar por qué lo hacen y cuál es la relación entre esto, el novelista y su sociedad o mundo. No hago análisis estilístico, pues me aburre hasta la muerte y me parece sólo asunto de plomería. Me interesan las ideas, el alcance y las consecuencias de esas ideas. Un libro donde no hay ideas es un libro completamente vacío para mí. Que las ideas sean las correctas, que es lo preferible, o no, poco importa; yo simplemente analizo la obra con relación a ellas. Esto, por ejemplo, me ha permitido sacar a la luz del día a muchas novelas olvidadas por considerárselas trujillistas. Para mí, Caonex, de J. M. Sanz-Lajara, es una gran novela, pese a su verbo reaccionario. Mis análisis han descubierto que muchas novelas del período de la Era contienen un fuerte componente antitrujillista, aunque sea en forma latente. Esto implica una reevaluación drástica de la producción literaria de los treinta años de la dictadura. No es poca cosa para un método que muchos descalifican como inválido.

En términos estrictamente de crítica literaria, yo anuncié en el prefacio a mi primer libro que me gustaba el método ecléctico, un método poco respetado, lo admito; sin embargo, este método a mí me ha dado excelentes resultados, pues entiendo que es un método que no pone a dormir a nadie, que puede ser divertido, iconoclasta y, como siempre he sostenido de manera burlona, no le causa problemas de estreñimiento a nadie. ¿Qué más se quiere de un método crítico?

14. ¿Cómo ves el ambiente cultural dominicanos? ¿No concibes la existencia de un cierto simulacro en las distintas manifestaciones de la cultura espiritual dominicana?

El ambiente cultural dominicano, pese a sus muchos problemas, yo lo veo todavía bastante dinámico. Existe todavía la polémica literaria. Hay gente que se molesta todavía por ésta o aquella posición crítica. Para que se le saque la lengua a un crítico o se le llame “sapo” y “culebra”, tiene que existir un interés en la cultura o nada de esto ocurriría. Cuando Andrés L. Mateo o Manuel Nuñez o Odalís Pérez o Diógenes Céspedes dicen algo o lo escriben en un periódico, todavía hay gente que le pone atención. Esto significa que la cultura dominicana no está muerta, como se piensa. Ahora bien, de que existe un profundo interés por matarla, ya es otro asunto. Pero eso es verdad de la cultura a escala mundial, no importa el país.

Lo que tiene importancia ahora es el rockero, el bachatero, el pelotero, el narcotraficante, la bailarina, toda clase de gente inútil, pero que tiene la posibilidad de acumular renombre rápido y cuartos. No es la cultura. A nosotros, los críticos, los escritores, los poetas, los pensadores, se nos considera pobres ilusos y pordioseros. Ya los poderosos y los gobernantes no nos necesitan para legitimarse en el poder. Para eso, tienen las compañías de relación pública, la televisión, Internet y cosas por el estilo.

Trabajar la cultura se ha vuelto ya una actividad solitaria, sin remuneración de ninguna clase, denigrante a los ojos de los demás. Es cosa de ermitaños, de antisociales, de gente desesperada. Pero nadie de nosotros, en su sano juicio, preferiría dejarla por otra cosa. De eso se puede estar seguros, tanto en Santo Domingo, como en Roma, París, Madrid y cualquier rinconcito de ese mundo postmoderno que hoy en día nos gastamos.


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