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domingo, 9 de agosto de 2009

El mal del tiempo: una novela que nos invita a repensar el pasado reciente


Por Miguel Ángel Fornerín
Universidad de Puerto Rico en Cayey

René Rodríguez Soriano teje un largo poema épico-lírico en prosa sobre el desencanto. Es su novela la contra parte de una épica; la última nuestra, o la más reciente. Es la novela del desgarramiento de unas ideas, de ciertas prácticas revolucionarias. Una manera de ver el mundo, cuando se sublevaron los signos. Está tejida ahí, en un ahí, que es el mundo vivido, palabra a palabra. Con un fuoco creativo que hace saltar sus llamas. Las palabras son sentimientos, que son gentes; gentes que son pueblo.

El autor teje y reteje el manto de una sola historia. Una voz que se mira a sí misma. No dialoga; monologa: introspectivamente va “de su corazón a sus asuntos”, como dijo Miguel Hernández. Es esta obra un extenso poema porque las palabras se abrazan; bailan en las aguas semánticas del ritmo y aflora una manera muy a la René de decir las cosas. Hay musicalidad en las palabras y el ritmo se convierte en símbolo, en presencia o ausencia. La referencialidad los deslié. La lírica siempre será la expresión de un “yo”, de una interioridad de la primera persona, haciendo que surja al reino del sujeto problemático, que piensa cual “cogito brisé” en el mundo, en su mundo vivido, como tragedia, como angustia agónica, como lucha.

Ahora me voy a quedar con el sentimiento. Porque es la lírica un terreno fértil para expresar lo que se encuentra dentro. Pues, El mal del tiempo viene de adentro; el afuera importa: muestra los conflictos, los enlaza, los hace presente. Pero lo que se encuentra, en primer lugar, es lo que sale de lo interior, de la psique del personaje, narrador. Ya que en esta obra el personaje es el narrador y no es el autor, aunque a veces podamos entender situaciones donde el personaje, narrador, se confunda con el autor, para hacer un texto cuasi autobiográfico.

El protagonista se encuentra en lucha consigo mismo. Pero su tensión viene de afuera y en el texto está marcada por la referencialidad, que hace surgir una época. Digo surgir como metáfora de lo que estaba escondido en la memoria y que sólo a través del trabajo de la escritura aparece ante nuestro horizonte de lector. El sujeto problemático, busca entonces, un asidero. Una idea, un sentimiento que le haga salvarse, pues está en el naufragio de un mundo, de unas ideas, de cierta ideología. Esa meta es difícil. De ahí el laberinto en que se encuentra metido. Es el laberinto del país, es el callejón sin salida de la izquierda.

Si su conflicto es interior, también debo decir que la exterioridad está muy marcada. Es que él está en lucha con su tiempo. El tiempo es metáfora de época y la época es tiempo vivido. En el tiempo está el desgarramiento. Su cotidiana existencia, como tiempo que se vive, como tiempo del mundo, es decir, su mundanidad, una agonía. La cotidianidad es política, un tiempo marcado por la violencia política.

La referencialidad se establece y representa como una crónica; trama que permite que los signos se conviertan en símbolos y, en definitiva, en ritmo. El personaje mismo, al negar el valor del presente, al saturarse como un hombre sin historia, realiza cada día su propia crónica, como crónica de la cotidianidad política, como expresión y representación del acaecer del país. Esa referencialidad la instala la radio, el periódico. Un mundo de las comunicaciones que ayudan a unir lo ocurrido en el país con lo acaecido en la vida personal. Es la novela, como género poliédrico que sirve como intermediario entre las acciones del mundo y los hechos humanos individuales. La forma del diario hace que la obra pueda contabilizar el presente.

Los acontecimientos, entonces, son repetitivos. Como toda cotidianidad está llena de ruidos: la política corrupta, los asesinatos, la lucha libertaria, los distintos momentos en que existe la sublevación: la historia de lucha que se refiere (La muerte de Mamá Tingó, Sagrario E. Díaz, Goyito García castro, Orlando Martínez) todas esas muertes que marcaron el tiempo, el tiempo del balaguerato; ese auriga que se paseaba bajo la manta del encono.

La voz es juvenil. Su espacio es la Universidad, el saber, la lectura, el periodismo… En su conflicto interior moran los recuerdos, la nostalgia del pueblo dejado, de Laura en Madrid, de los amigos, de los amores perdidos. La voz personaje reacciona contra su tiempo; está enfermo de un tiempo crónico. No encuentra la salida. Se guarece en los libros, lee, se aburre. La repetición de lo acaecido, de lo que ocurre o no ocurre como el sujeto lo cree y lo espera, lo lleva al tedio. Vive en la tristeza de los días, con pocos momentos de felicidad. Esta voz, que no se define, es la expresión de una generación (que vive su tiempo como tragedia) atrapada entre la Guerra de abril, la lucha foquista y el terrorismo de Estado impuesto por Joaquín Balaguer.

El mal del tiempo recupera el pasado reciente a través de la lengua, como habla y creación “poietica”; lenguaje que juega con los distintos contextos semánticos de la cultura y lleva al lector por una cotidianidad conocida y que invita a repensar la dominicanidad. Y esto es así porque lo dominicano se encuentra en juego. El valor del tiempo, de nuestro tiempo, se entrecruza con el valor que asignamos a la vida. Lo social aflora interrumpido por los poderes, por las prácticas políticas (corrupción, violencia). El individuo que piensa lo social, no encuentra salida a través de lo político. El dualismo izquierda-derecha, no permite que fluya otra vida, como lo otro. Pues en el dualismo se reafirma la mismidad, la repetición. La política es entonces, una mascarada. No hay asidero en lo social para el individuo, solo queda el sujeto pensante, angustiado, aburrido, que vive la vida, su propia vida, como un enfermo del tiempo que es lento y repetitivo.

La obra podría leerse como parte del existencialismo de lo absurdo. El yo no encuentra valor en el mundo: por eso existen en el texto tantas referencias escatológicas. Y el sujeto reacciona frente a la absurdidad del mundo. Pienso que esta obra podría colocarse al lado de La mujer de agua de Ramón Lacay Polanco, La otra Penélope de Andrés L. Mateo y Todo un hombre, de José Enrique García. Por ser una obra poética de sesgo existencial, tiene tangencias con las dos primeras, pero no tengo la menor duda de que supera el texto de Lacay Polanco como novela lírica que es, ante todo una novela redonda. Ceo que la de Lacay queda muy bosquejada. La de René Rodríguez Soriano es superior porque dentro de la lírica que la une a la citada, crea una atmósfera del tiempo vivido, como tiempo del mundo, frente a un sujeto en lucha con su estar ahí, contra la Historia.

El personaje narrador de El mal del tiempo es existencial y es llevado a esta perspectiva filosófica por el asco que le produce la política y su marco social. Esa atmósfera, esa reacción a la violencia, hace que esta obra tenga un valor inusitado. El valor de trabajar el sentido de una época. De vivir el presente como enfermedad del tiempo, de la historicidad como relación entre el tiempo vivido, las ideologías, la teoría de la Historia y la subjetividad. Su tiempo está sublevado, pero el personaje descreído de la epicidad reinante, va contracorriente, buscando su propia identidad.

La congruencia con la obra de Andrés L. Mateo, puede verse, en primer lugar, por el lenguaje poético y la reacción ética al mundo de violencia establecido por el régimen. Si la he colocado esta obra a la par con Todo un hombre de José Enrique García, se debe al trabajo de un lenguaje creativo que pocas veces encontramos en la narrativa actual. La vertiente de la novela dominicana en la que este texto de Rodríguez Soriano se enmarca es la del neobarroco, que juega en las palabras, que busca un ritmo del lenguaje, del sentido, un sentimiento que va del adentro hacia afuera.

Filadelphia-París, 3 de abril de 2009

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