Liminar
Cuando mi colega Nelson Miranda me dijo que entrevistaría a un preso que ha pasado más de cuarenta años en el sistema carcelario puertorriqueño, no hice más que asociar su empresa a la Biografía de un cimarrón de Miguel Barnet (Ariel, 1969). También pasaron por mi memoria el libro Taso: trabajador de la caña de Sydney W. Minz, (Huracán, 1988). La teoría que sobre la historia estaba trabajando me ayuda a entender a un hombre del pasado que viene a iluminar el presente. Ocupan en estos tiempos mis cavilaciones, el tema de la narratividad de Paul Ricoeur y el análisis de una carta de un historiador dominicano en la que se expone el centro de la Historia como investigación del pasado. Es el tiempo el que nos relaciona con el pasado. Y esa relación que busca encontrar las huellas de nuestros difuntos, nos pone en una conversación entre el tiempo ido y el tiempo presente Las huellas del pasado permanecen como elementos que despiertan el desciframiento de algunas claves que la memoria guarda. Y de ahí sale el interés que los humanos tenemos por desvelar un pasado oculto, traerlo al presente y darle un significado definitorio. La Historia es el estudio del pasado, pero solo tiene sentido en un presente. La Historia es el trabajo del investigador, el historiador que busca y organiza las huellas dentro de un marco teórico; el presente le da sentido a lo histórico, pero el presente tiene también, como la Historia, su propio investigador y este es el sociólogo. Él trabaja el presente, busca catalogar sus defectos, estudia los sistemas, los movimientos sociales, las posiciones de los actores más allá de del sistema… La Historia y la sociología se encuentran en el punto más significativo que es el presente, ahí donde se le da valor al pasado. Pienso que este libro de Nelson Miranda toca el pasado-presente de un sistema, visto a través de la voz de un individuo que se desplaza en el tiempo y que su propio cuerpo contiene las prácticas y las improntas del sistema, de la sociedad, de la conciencia. Como Barnet, Miranda presta una voz a un subalterno. Crea desde la narratividad un relato que nos luce un testimonio, pues es la presencia del personaje en la acción social el que conduce el desarrollo argumental. El personaje realiza una homodiégesis en la que lo contado puede ser testificado, pues el actor estuvo allí. La expresión del investigador y la del personaje se confunden. Mirada sabe darle su espacio y no aparecer más allá que en el interlineado. El plan del sociólogo está en las mismas disposiciones textuales, en la primera mimesis, en el proyecto y en la segunda, el resultado estriba en el borrado de la voz del investigador, es ahí que entramos en el relato, en su entramado significativo. El sociólogo hace una obra para el presente. Tiende la cuerda hacia el pasado, hacia los años de la infancia, la juventud, la vejez… de ahí la historia plantea el crecimiento de un individuo; las complicaciones sociales, la violencia, la educación. Así como los elementos que la tradición deja en la sociedad como una herencia, las prácticas de la violencia, la familia; también las relaciones productivas y la forma cómo se articulan las relaciones sociales desde la familia hasta los grupos delincuenciales. Ese testimonio lo da una persona que ha pasado la mayor parte de su vida en las cárceles y en su voz encontramos las improntas de las transformaciones de Puerto Rico, aquellos movimientos sociales que han marcado el siglo veinte: el paso de una sociedad agraria a una de perfiles fabriles. El traslado del campo a la ciudad, la inmigración y cómo el desarrollismo ha revelado una sociedad de la dependencia en alianza con el mundo estadounidense. La lengua deja sus trazos. Se mezcla en el grano de la voz la forma jíbara del habla conjugada con la interferencia anglicada. El autor, sabiamente, ha dejado que esos rastros afloren en el texto y le da al relato un verismo que lo afianza en su propia realidad. Mientras la narración fluye mostrando la relación de ese actor como símbolo, como metáfora de un pasado, cual elemento que va hilando el tiempo y desvela los defectos del sistema penitenciario. Así la obra se abre al lector como un descubrimiento. El horizonte del lector desde la refiguración de una entrevista, en el relato homodiegético que pone en sordina la organización del investigador, integra la historia y el presente: El sistema penitenciario como cárcel del cuerpo, como lugar donde las almas en penas se consumen sin ninguna posibilidad de encontrar su paraíso. Ese paraíso que sería la tan cacareada reeducación del confinado, ese sueño que parece ser la libre comunidad. La palabra clave en el habla del confinado es “rehabilitación”. El prefijo re- significa volver. Es una vuelta, un cambio del que debe regresar a las sendas éticos-morales de la sociedad que lo ha exiliado. El confinado quiere retornar a vida, volver a ser aceptado por la comunidad que lo expatrió; quiere sentirse apreciado de nuevo y que sus errores hayan sido perdonados; quiere integrarse al mundo del trabajo, ser un ser “normal”, dejar atrás su pasado que queda inscrito en los libros de la infamia, en el record penal, en el papel de buena conducta. Por su parte, el término habilitación está íntimamente ligado a habilidad, posibilidad y hasta al origen mismo del homos habilis, del hombre capaza de hacer y de hacerse. La re-habilitación es, entonces, el pasaporte al presente. Haber dejado atrás el pasado delincuencial y encontrarse en el paraíso social. Muchas veces el confinado no encuentra ese paraíso. Se convierte en predicador de otra vida, de otra oportunidad más allá del paraíso terrenal de los “normales”. La voz del confinado que repite que la rehabilitación no es más que un fracaso es la voz de un ente que busca, a tientas, en la oscuridad del sistema, el camino que la sociedad le niega. Hasta ahí solo nos quedan las reformas. No puede la sociedad transformar el sistema carcelario, no puede reeducar en sus normas, ni para su normalidad. Las reformas son los movimientos en que el reconocimiento del problema se mueve y donde la política lanza sus dados para jugar una vez más, no para cambiar el sistema penitenciario, mientras miles de confinados esperan entrar a la “libre comunidad”. ¿En qué medida es libre y es comunitaria? En las mismas prisiones los ñetas establecen una comunidad de valores paralela. Ellos parecen homologar la “normalidad” de la sociedad y propulsar prácticas éticas que normalizan cierta manera de vivir y convivir en las cárceles. ¿Será que frente al fracaso en cambiar el sistema carcelario, los mismos que han delinquido presentan una alternativa? ¿Tal vez la “libre comunidad” deje de ser una panacea y la sociedad que los ñetas han establecida paralelamente, sea su propia sociedad, su propia libertad? El libro de Miranda nos presenta, desde esa voz testimonial, el origen y las vicisitudes de la Asociación ñeta. El tema de las prisiones tiene muchas telas que cortar. Y los administradores no hacen más que zurcir el traje viejo y gastado con el que van al casino de la política a lanzar sus dados y juegan a las reformas. Mientras allá adentro, la oscuridad de las celdas y los barrotes dejan muchas interrogantes sin contestar. Nelson Miranda es un investigador dedicado al tema carcelario. Así lo muestran sus investigaciones anteriores. Asimismo es un lector de obras narrativas y a través de la voz de este confinado nos narra parte de la historia del sistema penal y pone sobre el tapete una cuestión en el que la sociedad viene tratando de solucionar desde hace mucho tiempo. Resalta en esta obra cómo el hombre naufraga entre su educación, su medio y las normas que la sociedad le impone. ¿Es este personaje un ser signado por la maldad o las circunstancias le llevaron a delinquir? ¿Pudo el sistema judicial y carcelario reeducarlo, en las “normas” de la sociedad o simplemente vaga por más de cuatro décadas entre cárceles, fugas, amoríos, encuentros y desencuentros? ¿Se perdió su inocencia entre los expedientes, las defensas de los abogados y el mal trabajo de los oficiales socio-penales? ¿Se olvidó la sociedad de él y lo condenó para siempre? ¿Cuántos como el El Jíbaro se pierden sin la posibilidad de revertir su situación? ¿Es imposible que la sociedad perdone? El Jíbaro señala, al final de esta historia, que él se ha rehabilitado solo, y deja ver que el castigo ha sido suficiente; que los errores suyos y del sistema están ahí y deben ser cambiados. Espero, amigo lector o lectora, que esta obra te sirva, como me ha servido a mí, para conocer y comprender un poco más un problema cardinal de Puerto Rico de hoy, que tiene su origen en el tiempo y que con tanta sabiduría y vida vivida nos los presentan El Jíbaro y Nelson Miranda en este libro. Creo que este es un libro revelador, que más allá de los valores narrativos, más allá de la teoría que lo ligan al estudio de un pasado-presente, está el corazón de un hombre que pide ser perdonado. Al leer este libro, también tú pensarás, como yo, que todos deberíamos ser perdonados por haber dado la espalda a un problema tan importante como es el del sistema correccional.
Cuando mi colega Nelson Miranda me dijo que entrevistaría a un preso que ha pasado más de cuarenta años en el sistema carcelario puertorriqueño, no hice más que asociar su empresa a la Biografía de un cimarrón de Miguel Barnet (Ariel, 1969). También pasaron por mi memoria el libro Taso: trabajador de la caña de Sydney W. Minz, (Huracán, 1988). La teoría que sobre la historia estaba trabajando me ayuda a entender a un hombre del pasado que viene a iluminar el presente. Ocupan en estos tiempos mis cavilaciones, el tema de la narratividad de Paul Ricoeur y el análisis de una carta de un historiador dominicano en la que se expone el centro de la Historia como investigación del pasado. Es el tiempo el que nos relaciona con el pasado. Y esa relación que busca encontrar las huellas de nuestros difuntos, nos pone en una conversación entre el tiempo ido y el tiempo presente Las huellas del pasado permanecen como elementos que despiertan el desciframiento de algunas claves que la memoria guarda. Y de ahí sale el interés que los humanos tenemos por desvelar un pasado oculto, traerlo al presente y darle un significado definitorio. La Historia es el estudio del pasado, pero solo tiene sentido en un presente. La Historia es el trabajo del investigador, el historiador que busca y organiza las huellas dentro de un marco teórico; el presente le da sentido a lo histórico, pero el presente tiene también, como la Historia, su propio investigador y este es el sociólogo. Él trabaja el presente, busca catalogar sus defectos, estudia los sistemas, los movimientos sociales, las posiciones de los actores más allá de del sistema… La Historia y la sociología se encuentran en el punto más significativo que es el presente, ahí donde se le da valor al pasado. Pienso que este libro de Nelson Miranda toca el pasado-presente de un sistema, visto a través de la voz de un individuo que se desplaza en el tiempo y que su propio cuerpo contiene las prácticas y las improntas del sistema, de la sociedad, de la conciencia. Como Barnet, Miranda presta una voz a un subalterno. Crea desde la narratividad un relato que nos luce un testimonio, pues es la presencia del personaje en la acción social el que conduce el desarrollo argumental. El personaje realiza una homodiégesis en la que lo contado puede ser testificado, pues el actor estuvo allí. La expresión del investigador y la del personaje se confunden. Mirada sabe darle su espacio y no aparecer más allá que en el interlineado. El plan del sociólogo está en las mismas disposiciones textuales, en la primera mimesis, en el proyecto y en la segunda, el resultado estriba en el borrado de la voz del investigador, es ahí que entramos en el relato, en su entramado significativo. El sociólogo hace una obra para el presente. Tiende la cuerda hacia el pasado, hacia los años de la infancia, la juventud, la vejez… de ahí la historia plantea el crecimiento de un individuo; las complicaciones sociales, la violencia, la educación. Así como los elementos que la tradición deja en la sociedad como una herencia, las prácticas de la violencia, la familia; también las relaciones productivas y la forma cómo se articulan las relaciones sociales desde la familia hasta los grupos delincuenciales. Ese testimonio lo da una persona que ha pasado la mayor parte de su vida en las cárceles y en su voz encontramos las improntas de las transformaciones de Puerto Rico, aquellos movimientos sociales que han marcado el siglo veinte: el paso de una sociedad agraria a una de perfiles fabriles. El traslado del campo a la ciudad, la inmigración y cómo el desarrollismo ha revelado una sociedad de la dependencia en alianza con el mundo estadounidense. La lengua deja sus trazos. Se mezcla en el grano de la voz la forma jíbara del habla conjugada con la interferencia anglicada. El autor, sabiamente, ha dejado que esos rastros afloren en el texto y le da al relato un verismo que lo afianza en su propia realidad. Mientras la narración fluye mostrando la relación de ese actor como símbolo, como metáfora de un pasado, cual elemento que va hilando el tiempo y desvela los defectos del sistema penitenciario. Así la obra se abre al lector como un descubrimiento. El horizonte del lector desde la refiguración de una entrevista, en el relato homodiegético que pone en sordina la organización del investigador, integra la historia y el presente: El sistema penitenciario como cárcel del cuerpo, como lugar donde las almas en penas se consumen sin ninguna posibilidad de encontrar su paraíso. Ese paraíso que sería la tan cacareada reeducación del confinado, ese sueño que parece ser la libre comunidad. La palabra clave en el habla del confinado es “rehabilitación”. El prefijo re- significa volver. Es una vuelta, un cambio del que debe regresar a las sendas éticos-morales de la sociedad que lo ha exiliado. El confinado quiere retornar a vida, volver a ser aceptado por la comunidad que lo expatrió; quiere sentirse apreciado de nuevo y que sus errores hayan sido perdonados; quiere integrarse al mundo del trabajo, ser un ser “normal”, dejar atrás su pasado que queda inscrito en los libros de la infamia, en el record penal, en el papel de buena conducta. Por su parte, el término habilitación está íntimamente ligado a habilidad, posibilidad y hasta al origen mismo del homos habilis, del hombre capaza de hacer y de hacerse. La re-habilitación es, entonces, el pasaporte al presente. Haber dejado atrás el pasado delincuencial y encontrarse en el paraíso social. Muchas veces el confinado no encuentra ese paraíso. Se convierte en predicador de otra vida, de otra oportunidad más allá del paraíso terrenal de los “normales”. La voz del confinado que repite que la rehabilitación no es más que un fracaso es la voz de un ente que busca, a tientas, en la oscuridad del sistema, el camino que la sociedad le niega. Hasta ahí solo nos quedan las reformas. No puede la sociedad transformar el sistema carcelario, no puede reeducar en sus normas, ni para su normalidad. Las reformas son los movimientos en que el reconocimiento del problema se mueve y donde la política lanza sus dados para jugar una vez más, no para cambiar el sistema penitenciario, mientras miles de confinados esperan entrar a la “libre comunidad”. ¿En qué medida es libre y es comunitaria? En las mismas prisiones los ñetas establecen una comunidad de valores paralela. Ellos parecen homologar la “normalidad” de la sociedad y propulsar prácticas éticas que normalizan cierta manera de vivir y convivir en las cárceles. ¿Será que frente al fracaso en cambiar el sistema carcelario, los mismos que han delinquido presentan una alternativa? ¿Tal vez la “libre comunidad” deje de ser una panacea y la sociedad que los ñetas han establecida paralelamente, sea su propia sociedad, su propia libertad? El libro de Miranda nos presenta, desde esa voz testimonial, el origen y las vicisitudes de la Asociación ñeta. El tema de las prisiones tiene muchas telas que cortar. Y los administradores no hacen más que zurcir el traje viejo y gastado con el que van al casino de la política a lanzar sus dados y juegan a las reformas. Mientras allá adentro, la oscuridad de las celdas y los barrotes dejan muchas interrogantes sin contestar. Nelson Miranda es un investigador dedicado al tema carcelario. Así lo muestran sus investigaciones anteriores. Asimismo es un lector de obras narrativas y a través de la voz de este confinado nos narra parte de la historia del sistema penal y pone sobre el tapete una cuestión en el que la sociedad viene tratando de solucionar desde hace mucho tiempo. Resalta en esta obra cómo el hombre naufraga entre su educación, su medio y las normas que la sociedad le impone. ¿Es este personaje un ser signado por la maldad o las circunstancias le llevaron a delinquir? ¿Pudo el sistema judicial y carcelario reeducarlo, en las “normas” de la sociedad o simplemente vaga por más de cuatro décadas entre cárceles, fugas, amoríos, encuentros y desencuentros? ¿Se perdió su inocencia entre los expedientes, las defensas de los abogados y el mal trabajo de los oficiales socio-penales? ¿Se olvidó la sociedad de él y lo condenó para siempre? ¿Cuántos como el El Jíbaro se pierden sin la posibilidad de revertir su situación? ¿Es imposible que la sociedad perdone? El Jíbaro señala, al final de esta historia, que él se ha rehabilitado solo, y deja ver que el castigo ha sido suficiente; que los errores suyos y del sistema están ahí y deben ser cambiados. Espero, amigo lector o lectora, que esta obra te sirva, como me ha servido a mí, para conocer y comprender un poco más un problema cardinal de Puerto Rico de hoy, que tiene su origen en el tiempo y que con tanta sabiduría y vida vivida nos los presentan El Jíbaro y Nelson Miranda en este libro. Creo que este es un libro revelador, que más allá de los valores narrativos, más allá de la teoría que lo ligan al estudio de un pasado-presente, está el corazón de un hombre que pide ser perdonado. Al leer este libro, también tú pensarás, como yo, que todos deberíamos ser perdonados por haber dado la espalda a un problema tan importante como es el del sistema correccional.
Miguel Ángel Fornerín
Universidad de Puerto Rico en Cayey
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