Por Giovanni Di Pietro
Esta novela le ganó el premio de
Ultramar al autor en 2010. Y me parece que este premio lo ha vuelto a ganar por
lo menos en otra ocasión. Que exista este premio es algo muy encomiable, pues
es una manera de reconocer el talento dominicano dondequiera que se encuentre.
También es una manera, creo, de asegurarse que los que salieron del país, y que
se destacaron en términos intelectuales, puedas seguir relacionándose con el
ambiente que dejaron atrás involuntariamente. Sólo es importante una cosa: que
un premio se dé por méritos auténticos, y no por “enllaves” políticos o como
una manera de recompensar a alguien por el simple hecho de que pertenece a una
parte de la diáspora dominicana que, como la de Nueva York, ostenta bastante
poder en todos los sentidos.
Los
muertos no sueñan no está mal como primera novela. Porque es de eso de que
se trata, esencialmente de una primera novela, Que el autor haya escrito otras,
poco importa, ya que, a través del premio que se le otorgó, ésta es la que
establece su pertenencia a la novelística del país. Pero, como primera novela,
también tiene las fallas que caracterizan esa clase de novelas, las cuales
constan esencialmente de muchos enredos y cierta superficialidad en comunicar
lo que se quiere comunicar, muchas veces sin estar muy seguros de lo que es. Me
parece que sobresale la habilidad de crear personajes y ambientaciones, y el
lenguaje tiende a cierto soplo poético que, en la situación actual en que el
lenguaje narrativo se
encuentra, en el cual se enfatiza mucho el realismo más
craso, termina siendo algo refrescante. No hay mucha complejidad en la trama.
Y, en efecto, la novela tiene dos tramas: la que está relacionada con Héctor y
sus traumas infantiles que no ha logrado superar en su vida, y otra, más
exigua, que es la relación entre Margarita y Sebastián y cómo esa muchacha, al
suponer que su tiránico padre, Pimpo, al cual teme, le mató al pretendiente,
acaba denunciándole a la policía. La obra se desarrolla en Nueva York, en el
Bronx, y, desgraciadamente, sigue con la descripción de la comunidad inmigrante
latina, y dominicana en específico, que prevalece en los novelistas que la han
tratado hasta ahora, o sea, una comunidad compuesta exclusivamente por
vendedores de drogas, chulos,
prostitutas y buscadores de toda laya. De tal
forma que la pregunta que surge es: ¿Es posible que no haya cabida en la mente
de estos novelistas la posibilidad de que esa comunidad esté también compuesta,
y en su vasta mayoría, por gente que se encuentra desarraigada, pero que, sin
duda, es honesta y trabajadora?
Héctor, como he dicho, sufrió
ciertos traumas en su infancia. Su madre abandonó la familia cuando era muy
pequeño y su padre, Silvio, muere también a esa temprana edad. Por qué su madre
decide abandonar la familia, nunca lo descubrimos. El novelista no nos lo dice,
y, si lo sugiere, esa razón está tan metida en los enredos de la novela que es
casi imposible notarla. Igual ocurre en el caso del padre. Sólo tenemos una
escena en que él, siempre niño, es arrastrado bajo la lluvia por una vecina,
Negra, para que vea el cuerpo de su padre en la morgue, algo que le chocará
sobremanera. Cuando lo conocemos, está casado con Miranda y tiene un hijo
pequeño. Vive en Nueva York, en el Bronx, un barrio que su mujer odia, pero al
que no pueden dejar por razones económicas. Él trabaja como maestro suplente.
Con su esposa, Héctor nunca habla ni habló antes de su pasado; sin embargo,
mentalmente, no vive en el presente, sino que se la pasa metido en ese pasado
trágico, obsesivamente preguntándose por qué su madre le abandonó y mientras recuerda la cara pálida de su
padre muerto. Esto hace que sufra de insomnio y que tenga pesadillas con los
muertos.
En otras palabras, Héctor es un
hombre que, al estar constantemente atado al pasado, no solo no disfruta el
presente, sino que tampoco tiene un futuro. Aunque esté vivo, él es un muerto
como esos muertos con los cuales sueña y que tanto le preocupan. No puede
“soñar” un futuro, si no se libera de esos traumas que lo acechan.
Lo que le sucede en la trama es
simple. Su hijo regresa llorando y cuenta que le pegó un muchacho. Él, apático
como siempre, no piensa hacer nada, pero Miranda lo encrespa y exige que haga
algo, que defienda a su hijo del muchacho. Sale, pues, en busca de él, y,
cuando su hijo se lo indica, Héctor, sin preguntarle justificaciones de ninguna
clase, le cae a trompadas y le deja en el suelo con una sangrante herida en
la frente que parece una mariposa. No le
pega simplemente por lo ocurrido con su hijo, sino que descarga toda la
frustración que lleva acumulada en sus adentros por la vida sin sentido que
experimenta. Cuando regresa a casa, se da cuenta que se le fue la mano,
sospecha que le hizo un daño irreparable al niño y que quizás hasta lo matara.
Incapaz de enfrentarse a esta situación con su acostumbrada apatía, sale de
casa en busca de noticias acerca del muchacho. Deambula por las calles bajo la
lluvia, entra en un hospital, en una funeraria y en un restaurant, siempre
preguntando por un muchacho con esa herida en forma de mariposa. En lo que hace
esto, va recordando sus traumas de infancia y meditando acerca de sus
pesadillas. Una vez regresa a casa, al ver que el vecindario está lleno de
policías, sospecha que le están buscando por haber matado al muchacho y decide
alejarse del lugar. Finalmente termina a orillas del río Hudson. A través de
las experiencias del día, ya se dio cuenta que no puede seguir viviendo en el
pasado, pues los muertos “no sueñan”, no tienen futuro; pero, abrumado por su
supuesto crimen y al entender que se le cerraron todas las salidas, se tira en
las aguas en busca de la paz final que la muerte le proporcionaría.
Como podemos observar, esta es una
historia muy lineal. No es tanto la historia de una novela, como la de un
cuento. El novelista hace malabarismos con la descripción de las pesadillas y
los recuerdos de infancia de Héctor para darle más espesor a esta historia,
pero no lo logra. No lo logra porque todas esas cosas sólo terminan por enredar
la trama y volverla casi indescifrable. Si no sabemos por qué la madre abandona
su familia ni la causa de la muerte prematura de su padre, no tenemos manera de
internarnos en lo que debería ser el aspecto profundo de la obra. Se sugiere,
por ejemplo, que Silvio sabe las razones por las cuales su esposa se marcha,
pues le avisa que la están esperando y le dice que lleve la maleta. Pero, en
todo el desarrollo de la trama, ese detalle nunca se menciona. El resultado es
una lamentable superficialidad que, aunque Sánchez Féliz trate de remediarla a
través de versos de merengues y salsas esparcidos en el texto, y supuestamente
calculados para explicar esta trama, no desaparece nunca y se traduce en esa
linealidad de la historia que notamos.
Si esta historia de Héctor es
lineal, aún más lineal es la de Margarita. Y si Héctor, a causa de sus traumas
infantiles, nos permite entrever cierta complejidad en lo que nos cuenta y le
ocurre, nada remotamente similar ocurre con relación a Margarita. Su historia
es la de una muchacha adolescente que apenas ha descubierto su sexualidad y
está simplemente loca por tener sexo con
Sebastián, un muchacho del vecindario. Margarita es la hija de Pimpo, un
vendedor de drogas que tiene una bodega como frente. Pimpo no es un tipo muy
recomendable, ni siquiera como padre, ya que mantiene a su hija bajo su férreo
control mientras se la pasa acostándose con una puta que tiene casi su misma
edad y que él mismo reconoce que puede ser su hija. Pero, bueno, esto es sólo
un pensamiento fugaz en su mente y no tiene ninguna importancia. Pimpo se opone
a la relación entre Margarita y Sebastián, se supone que por la edad de su
hija, pero que al final no se entiende muy bien. Toda la historia de Margarita
se reduce a una cita en el patio de la bodega para tener sexo con su novio a
escondidas del padre. Cuando éste, metido en las faenas de su negocio de
drogas, entra en el patio para que unos matones le den lo suyo a un sospechoso
de ser un soplón de la policía, descubre a su hija haciendo el amor Sebastián.
Le ordena a Margarita que se vaya y después le habla al muchacho y le dice que
deje su hija en paz, si no quiere que algo malo le pase. Pero esto no es
todo.
Para asegurarse que su mensaje tenga efecto, le cae encima a puñetazos limpios
y, como resultado de su destreza como ex boxeador, acaba con el pobre.
Disgustado porque le salió mal el asunto, pues sólo quería asustarle, arroja su
cuerpo en un matorral cercano. Aterrorizada por su padre, al ver que Sebastián
no aparece por ningún lado, Margarita decide finalmente rebelarse a su tiranía
y llama la policía para que lo arresten por el crimen. Esta acción hace que se
sienta libre de la odiosa opresión paterna. Ella también, al igual que Héctor,
era una muerta que no podía soñar un futuro. Ahora, a través de su rebelión, se
supone que ya puede empezar a soñar. Pero, ¿qué clase de futuro será el suyo,
puesto que es sólo una adolescente que se va a quedar sin padre y con una madre
del todo inútil? El novelista, como era de esperar, no entra en este asunto. Sólo
lo deja pendiente.
Si la trama relacionada con Héctor
no es una trama que amerita una novela, tampoco lo es la que está relacionada
con Margarita. Podemos decir, entonces, que lo que tenemos en Los muertos no sueñan no es exactamente
una novela, aunque así se nos la presente; lo que tenemos, en verdad, son dos
cuentos que, puestos juntos, se trata de venderlos como si fueran una novela
hecha y derecha. Porque, si nos preguntamos qué es el elemento que mantiene
juntos a estos dos cuentos para que formen una novela, la respuesta es sólo un
saludo que Pimpo, en una ocasión, le envía a Héctor cuando lo ve deambular por
las calles en búsqueda del muchacho que maltrató hasta matarlo. Esto, y, claro
está, esa idea que dice que ambos, Héctor y Margarita, son muertos a los cuales
no se les permite soñar. Héctor resuelve su dilema suicidándose; Margarita, lo
hace al denunciar a su padre por algo de lo cual no está muy segura. Por eso,
si eliminamos ese enigmático saludo que menciono, la novela se viene abajo y lo
que resulta son dos cuentos, el primero bastante confuso y el segundo
completamente superficial. Pero, de nuevo, esta es una primera novela y
funciona sólo como tal. No se le puede pedir más.
Para terminar, quisiera retomar la
idea de las novelas que describen el ambiente hispano, y en especial el
dominicano, de Nueva York. En general, este tipo de novelas lo escriben
narradores radicados en Nueva York, como en este caso, o que tuvieron alguna
experiencia de ese ambiente porque vivieron un tiempo en esa ciudad y después
regresaron a su país. Pero también hay narradores que viven en la metrópolis y
que hacen suyo el tema. Mientras esta novela es un ejemplo de una obra escrita
por un narrador radicado en Nueva York, La
salamandra, de Pedro Antonio Valdez, es un ejemplo de una obra de alguien
que tuvo la experiencia de vivir en dicha ciudad. Por su parte, El clan de los bólidos pesados, de Pedro
Peix, es un ejemplo de esa tercera categoría. ¿Qué es lo que acomuna a estas
tres novelas? De nuevo, su manera de describir el ambiente que tratan. Es
siempre desde una perspectiva negativa. Como ya lo dijimos, sus personajes son
invariablemente vendedores de drogas, chulos, prostitutas y buscadores. En
todas esas páginas, nunca se encuentra un personaje que se gane la vida sudando
la gota gorda y que se mantiene apegado a valores o ideales de bien. A una
mujer siempre se la ve como una puta (de haber una continuación a Los muertos no sueñan, seguro que ése
sería el camino de Margarita) y a un hombre como una criminal matriculado o un
vago. Por qué ocurre esto, no nos lo explicamos. Pero es algo que estos
narradores deberían meditar profundamente, pues, sólo para lograr ciertos
efectos narrativos que impacten, no se dan cuenta que están criminalizando y
desacreditando sin remedio a toda una comunidad que merecería un trato
diferente y positivo. Ojalá acojan la sugerencia y actúen al respecto.
(14/6/13)
1 comentario:
Excelente! critica. Ver la dominicanidad desde esa vision chulerica tiene sus desencantos...Felicito al critico
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