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lunes, 9 de diciembre de 2013

LOS CUENTOS DE RAMÓN EMILIO REYES


Por Giovanni Di Pietro

Hasta el momento, a Ramón Emilio le conocíamos como novelista. Y, sin lugar a dudas, un buen novelista. Prueba de lo que decimos se encuentra en su primera novela, El testimonio, publicada en 1961, y El cerco, una novela corta, publicada en 1962 y reeditada en 2012, como parte de La estafa de seda y otras novelas cortas. Hace meses, por fin, logró publicar a través de la Editorial Círculo Rojo, de España, una novela, La luz se ha refugiado en el sendero, que comenté cuando era todavía inédita y llevaba el título más breve de El sendero, y que fue escrita en 1958. Con el presente libro, Narraciones de ahora y de siempre (Santuario, 2011), él se nos revela como cuentista. El título en sí mismo es interesante. Donde se dice “de ahora” no quiere decir que estos cuentos sean actuales en el sentido de que tratan del ambiente dominicano de hoy en día; quiere decir, más bien, que lo que tratan son temas válidos tanto en el presente, como en el pasado. De ahí, pues, esa otra indicación acerca de ellos, o sea, que son narraciones “de siempre”. Es importante entender este detalle, si queremos entrar en el espíritu de estos cuentos porque, de no ser así, su lectura pronto nos desviaría y nos llevaría inevitablemente a la conclusión de que no son cuentos actuales y, como consecuencia, no tienen la importancia que pretenden tener. Esto ocurriría, claro está, por el mucho énfasis que en estos tiempos se hace en lo que es actual en el sentido de que es una descripción de la sociedad presente y sus temas supuestamente “modernos”, los cuales siempre se reducen a la marginalidad, a los crímenes más espeluznantes y a aberraciones sexuales de todo tipo. Como ejemplo, ver los cuentos de cuentistas como Ligia Minaya y Carmen Imbert-Brugal, entre los de otros. Estos cuentos de Ramón Emilio ni tratan del ambiente dominicano actual ni de los temas que mencionamos. El ambiente puede ser el de cualquier país, aunque sí, aquí aparecen rasgos de la sociedad dominicana. Y los temas son los que llamaríamos universales, lo cual significa que, de nuevo, pueden aplicarse a cualquier país. Esto es algo que distingue marcadamente esta colección de cuentos de otras colecciones. El propósito de Ramón Emilio no es escribir cuentos para un público de estos tiempos; es, por el contrario, escribir cuentos dirigidos a un público, si así podemos decirlo, de todos los tiempos. Esto quiere decir que escribe un tipo de cuento que consideramos clásico y con un sentido preciso. El cuento actual, como muy bien se sabe, ni tiene sentido preciso ni tiene una moraleja. Se inspira esencialmente en el juego de la experimentación técnica, no
comunica sentido, y menos aún una moraleja. Entonces, el que lee los cuentos que conforman este libro sin hacerle caso a estas diferencias fácilmente concluye que Ramón Emilio está desfasado, que está escribiendo cosas ya superadas. Pero esta idea es parte de la ciega soberbia de los escritores actuales, y no amerita ninguna consideración seria detenerse en ella. Es obvio que Ramón Emilio no escribió estos cuentos en el presente. Una simple lectura nos dice que muchos de ellos se remontan a otras épocas de su vida y otros períodos de la sociedad dominicana ya desaparecidos. Por ejemplo, la misma impostación ideológica de la mayoría, donde se discute cuál es la mejor manera de llevar a cabo los cambios sociales, revela una lucha interna en el autor entre el compromiso político y una postura religiosa a la cual prefiere. Esta dinámica, sin duda, no es de hoy, sino de muchos años atrás, cuando todavía la ideología marxista y el verbo social de la Iglesia estaban en pugna entre sí. Otros cuentos revelan una pátina bíblica, y esto nos retrotrae a la “novela bíblica”, modalidad de la novela dominicana a la cual perteneció El testimonio. O sea, que Narraciones de hoy y de siempre ha sido una manera de Ramón Emilio reunir varios cuentos escritos en varias fechas. Y esto también lo ha hecho hasta de forma apresurada, lo cual explica algunos cuentos que no están bastante pulidos y debidamente corregidos en términos de su estructura y la exacta presentación de una idea. Como sostenía en un largo ensayo que le dediqué (Cf. La novela bíblica y el fin de la “Era” y otros escritos afines, Editora Unicornio, 2010), la “novela bíblica” no era de carácter religioso, sino político. Con esto, nunca quise decir que las novelas que conformaban ese ciclo no contenían elementos religiosos; sólo que esos elementos no eran predominantes y eran una simple metáfora para encubrir el antitrujillismo presente en ellas. Igual cosa ocurría con los elementos existenciales, también indudablemente presentes. Ahora bien, de los tres autores que trabajaron la “novela bíblica”, Ramón Emilio Reyes, Marcio Veloz Maggiolo y Carlos Esteban Deive, el que más se identificó con el elemento religioso fue el primero. No solo, sino que fue desarrollando, además, un marcado interés religioso, pues los otros se fueron alejando paulatinamente de él. Marcio evolucionó hacia el tema político y social; Deive, hacia el histórico. Esto refleja la clase de elección que hicieron hasta en su vida personal, ya que, a diferencia de esos amigos, Ramón Emilio, si no me equivoco, entró a formar parte de la Iglesia Cristiana Ortodoxa donde sigue hasta hoy, lo cual refuerza lo que digo aquí. Estos cuentos nos ilustran a cabalidad el proceso que menciono, ya que muchos de ellos son cuentos que tratan de reivindicaciones sociales que, en vez de llevarse a cabo a través de la rebeldía social y política, se llevan a cabo mediante un verbo que sale directamente de una perspectiva religiosa por parte del autor. Cuento tras cuento, él nos indica que la violencia revolucionaria no les proporciona a los desheredados los resultados que ellos buscan, y que es más aconsejable una actitud moderada de su parte. Esto, como podernos deducir, es una inconfundible postura religiosa, de cualquier religión. Pero esto no significa que Ramón Emilio esté dispuesto a esconder su cabeza en la arena, como el avestruz. Hay cuentos donde la tendencia ideológica en sentido político es más que evidente, y seguro que son los más viejos en la colección. Veamos un poco cómo funciona esta dinámica. En “La escalera”, el primer cuento, Alicia lo hace todo bien en su vida, ya que entiende que es la única manera de llegar hasta el último peldaño de la “escalera”, o sea, el de la escala social. Pero Alicia, como el nombre nos lo dice, por lo del libro de Lewis Carroll, es una “inocente” y no se da cuenta de que la sociedad en la cual vive no marcha de esa manera. Está llena de vivos (vivos), de oportunistas, que, al ver lo inocente que es, se aprovechan de su carácter, y siempre logran subir un peldaño más alto que ella. De modo que, no importa los esfuerzos que haga, la pobre nunca alcanzará ese último peldaño que tanto anhela. El segundo cuento, “El periódico de Aniceto”, pone las cosas en claro. Aniceto tiene un pequeño periódico que no va para ningún lado. Un día se aparece un “hombre extraño” que empieza a trabajar con él y se auto elige como su “asistente”. Aniceto no le hace caso a los consejos de su madre, quien le dice que lo que importa es vivir la vida, en vez de entregarse a una “causa dudosa”, que es la que el extraño le está imponiendo a través de la nueva línea del periódico. ¿Y cuál es esta línea? La de una confrontación ideológica, pues el extraño se la pasa acusando a los comerciantes y buscando pleitos con ellos. En otras palabras, el extraño es el militante marxista y los comerciantes son la clase media. ¿Quién dice que él tiene la razón y que la clase media está compuesta sólo por ladrones? Y es por eso que un pulpero se aparece en el periódico para castigar al extraño mentiroso. La madre de Aniceto tenía razón. Hay que llevarse bien, reírse siempre, y no buscar inútiles confrontaciones. Entonces, la “nueva vida” (nuevo amanecer) que el extraño asistente le promete a Aniceto no se fundamenta en la verdad, sino en la mentira. Y la mentira, no importa lo mucho que una ideología lo encubra, al final, es sólo otro tipo de abuso. Hay, pues, que evitar los extremos. Y este es el mensaje que encontramos en ‘El acueducto de
madera”. Los que se van a un extremo ideológico son siempre los causantes de la desgracia de todos. Don Pancho insiste en la construcción de un acueducto de madera. No quiere oír las objeciones de Eligio, quien se opone sosteniendo que el agua se saldrá por las aberturas de las tablas. Pero Eligio no se queda aquí, ya que su punto de vista no es aceptado por don Pancho, no quiere compartir su agua con el resto del pueblo. Don Pancho es la clase media; Eligio, el revoltoso intransigente. Son los dos extremos. Don Pancho quiere tanto que Eligio haga lo que él sostiene que le arrastra hacia el acueducto de madera, el cual ya está perdiendo agua –como decía Eligio– y le echa en él para que se ahogue en el agua almacenada. Eligio, en vez de ahogarse, termina por beberse toda el agua en el acueducto. En el pleito entre el uno y el otro quien sale perdiendo es el pueblo, ya que se queda sin agua en un período de grave sequía. Quien cuenta el cuento es don Inocencio, un viejo “sabio” que, como personaje, reaparece en muchos de los cuentos y es el portador del mensaje de mesura y armonía entre las clases sociales que Ramón Emilio quiere comunicar a través de sus cuentos. “El triunfo” regresa a la idea del primer cuento. Marinello es un trepador. Le gusta tanto triunfar sobre los demás que está al acecho de cualquier oportunidad para robarse las ideas de otros y así ser siempre el primero en todo. Un día Marc le dice que está disgustado con su trabajo y que va a dejarlo. Marinello, fiel a su naturaleza, decide renunciar a su trabajo primero y de este modo triunfar sobre su compañero. Es un cuento irónico, pues nos hace reflexionar acerca de lo lejos que cierta gente está dispuesta a llegar con tal de pasarle por encima a otras personas. El elemento puramente de inspiración religiosa empieza con “Más vale un amigo vivo”. A Pancho se le muere el padre y necesita un poco de dinero para completar la suma necesaria para el ataúd. Don Inocencio le ofrece sepultarle en un cajón que tiene, pero Pancho está seguro que sus amigos le van a prestar el dinero. Se va a donde Tragapán, un viejo carpintero, y no recibe nada. Se va a donde Siete, el carnicero, y nada. Se va a donde Machencha, la bruja, que sólo le ofrece la ayuda de los seres misteriosos con los cuales estaría en contacto. Pancho rehúsa, diciendo que lo del ataúd es “una cosa seria.” Todos sus amigos, cuenta don Inocencio, le fallaron a Pancho, quien, al final, termina sepultando a su padre en el cajón ofrecido por él. Más vale un amigo vivo, que muchos amigos muertos, entonces. Y “vivo” aquí quiere decir vivo espiritualmente, ya que todos los demás están espiritualmente muertos. Que hay que encontrar un acomodo social a través de la armonía y evitarse confrontaciones ideológicas nos lo dice claramente el cuento “Armonía social”. Este cuento sostiene que la actual situación social cambió, y que ya no es necesaria la confrontación (huelga), pues los patronos ahora están mejor orientados y no tienen que reprimir a sus empleados como antes, cuando sólo escuchaban a “hombres sin escrúpulos”. Hablando, negociando, es que se llega a la “armonía social”, y ésta representa el futuro (el hijo). “La cena” combina el elemento religioso con el ideológico. Este cuento nos dice que es una “locura” pensar que a través del crimen (violencia) se pueden enderezar las injusticias sociales. Es a través de la comprensión, del amor, que se hace. Elías y Daniel matan al viejo Nathan, su explotador, para quedarse con sus riquezas. Pero ocurre que Nathan ha cambiado, pues no solo los invita a cenar, sino que tiene intenciones de entregarles una bolsa de dinero. Nathan, presa de la soledad, pues vive al margen de los demás, ha dejado atrás su egoísmo y quiere empezar a compartir con su comunidad. Sin embargo, Elías y Daniel, enloquecidos por su odio hacia el rico opresor, terminan sacrificando al viejo cuando ya no había ninguna razón por hacerlo. Más enfáticamente religioso es “Dos amigos”, donde Enrico, un revolucionario, se encuentra frente a un pelotón de fusilamiento comandado por un viejo amigo. ¿Cómo llegó Enrico a revolucionario? Porque perdió a su madre. ¿Y cómo llegó a militar el teniente que comanda el pelotón? Porque perdió a su padre. Ambos, pues, son víctimas de las circunstancias de la vida. Cuando el teniente le propone buscar la manera de salvarle, pues no quiere manchar sus manos con la sangre de un amigo, Enrico, que contrariamente al teniente, quien tiene familia, ya no tiene a nadie, se rehúsa. Qué cumpla su deber, le dice. Dios comprenderá que él hace lo que hace porque está obligado a hacerlo, no porque le gusta. Ante Dios, tanto Enrico como el teniente son inocentes. Cada uno está cumpliendo con su deber, que es el que las circunstancias de la vida les impuso. El simple hecho de que el teniente no quiere matar a Enrico le dice a éste que su amigo sigue siendo bueno todavía. Esta idea se subraya también en “El espía”, donde el soplón que es metido en las celdas con los revolucionarios para que le hagan confidencias cuando se les presenta como víctima también de la dictadura, no lo hace exactamente por maldad, sino solamente porque le teme a la muerte y quiere salvar su propia vida. Sin embargo, en “La tierra” el elemento ideológico predomina. Aquí los ancianos del pueblo recomiendan paciencia antes los abusos de los ricos, pero los jóvenes dicen que no tienen ninguna intención de quedarse sin tierras como sus padres y sus abuelos, que la ley de la cual hablan los ricos no es la misma para los pobres, los cuales exigen justicia. Estos jóvenes, entonces, se levantan para establecer un “nuevo día” y matan a Caifás, o sea, a la clase explotadora. ¿Hasta cuándo tienen los desposeídos que esperar para que la ley de los poderosos les otorgue las tierras que trabajan desde hace siglos? Los ancianos siguen esperando; los jóvenes, por el contrario, ya perdieron la paciencia de Job (uno de los ancianos), y deciden “arrebatárselas”. Pero existe un “cielo” que es la única verdadera recompensa de los seres humanos, y esto lo establece “Mañana”, el cuento que precede a éste. El viejo Manolo sabe que va a morir. Tiene 79 años y ya no podrá ir a vender naranjas al mercado con su nieto ni verle cuando, al día siguiente, se vaya a la escuela por primera vez. El viejo no está alegre, no se sonríe como antes. Pero, cuando el niño regresa de la iglesia para darle la noticia de que hay un lugar, el “cielo”, donde no habrá “más llantos” ni “sufrimientos”, como dice el padre Alejandrino, el abuelo le saluda con su mano y finalmente le sonríe. O sea, sólo la fe nos ayuda ante la muerte. Esta veta religiosa, que se alterna con el discurso ideológico, como lo hemos visto hasta aquí, termina siendo, al final, el elemento predominante, ya que hay cuentos, como “Un centavo de luz” o “El caballo de tres cabezas” que rondan en la parábola. En el primero, Isaías deja una herencia a cada uno de sus tres hijos. La más exigua, un centavo, es del tercer hijo. Los otros dos se quejan de lo poco que les dejó y, aunque en la vida le vaya bien, despilfarran su riqueza y terminan en la pobreza. El tercero, Israel, guarda su centavo, pues entiende que es sólo un símbolo del amor de su padre, el cual no tenía mucho y ese poco que tenía se lo dejó a sus hijos. Él también terminará pobre como sus hermanos. Pero, un día, un viejo se aparece para revelarles que su padre les dejó una fortuna y ésta sería del hijo que pudiera introducir su mano en el hoyo donde está
escondida. Los dos hermanos no tienen ni para comprar una linterna que alumbre el lugar donde está la fortuna, y sólo Israel, sacando su centavo, hace posible que se pueda comprar una lámpara y se ubique el tesoro escondido. Será su mano, y no las manos de sus hermanos, que entrará en el hoyo donde se encuentra la fortuna. Ese centavo que lleva la fortuna es el amor que lleva al hombre hacia la recompensa divina. “El caballo de tres cabezas” nos dice que el monstruo que nos aqueja consta de tres cosas: nuestra tendencia a sembrar cizañas, la envidia y la traición. Con esta publicación, entonces, Ramón Emilio entra en la lista de los muchos cuentistas dominicanos, y lo hace no con cuentos que, por ser “modernos”, terminan con deprimir los espíritus en la gente, sino con cuentos que, por su naturaleza clásica, tienen algo positivo que ofrecerle. Leer cualquiera de estos cuentos, hasta el menos desarrollado, es siempre preferible y más placentero que leer los cuentos desnaturalizados de los cuentistas actuales, los cuales, por puro afán de estar a la moda, no hacen más que inventarse cuentos sórdidos y sin sentido que, a la larga, sólo desaparecerán del espectro de lo que es la cuentística seria en nuestra literatura. (17/6/13)